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El Belén que puso
Dios
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Autor
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D. Enrique Monasterio, adaptación del
libro en prosa del mismo autor
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Personajes
Miguel (Arcángel)
Gabriel (Arcángel)
Rafael (Arcángel)
Ángel 1
Ángel 2
Oriente (estrella)
Marta, Sara y Matías (pastores)
Zabulón
(pastorcillo tonto)
Salomé (lavandera de la posada)
Virgen María
San
José
Joaquín (posadero)
PRIMERA ESCENA
(En segundo plano a la
derecha el Portal, dentro Jesús en el pesebre, María y José.
A la izquierda pastoras y
pastores duermen al aire libre con sus ovejas.
En primer plano Oriente,
la estrella, tiene cara de aburrimiento. Entran los ángeles y le llaman):
Miguel, Gabriel, Rafael y Ángel:
¡Oriente, Oriente!
Oriente: ¿Es a mí?
Miguel: ¿A quién si
no...? ¿Acaso no te pasas la vida quejándote de que estás sola?
Oriente: Tampoco
exageres. Sólo lo he dicho una vez, además no sé cómo has podido oírme.
Gabriel: Mira, yo me
llamo Gabriel.
Miguel: Yo Miguel.
Rafael: Y yo Rafael.
Ángeles 1 y 2: Nosotros somos los representantes de
los ángeles.
Rafael: Hemos sido
enviados por Dios a prepararlo todo para el nacimiento del Mesías.
Oriente: ¿El Mesías?
Ángel 2: Sí, el Salvador.
Gabriel: Primero
estuvimos con Zacarías, el padre de Juan. Supongo que no le conoces: Es un
anciano sacerdote que no se creyó nuestro mensaje y nos pidió un signo: Se ha
quedado mudo por una temporada.
Oriente: (Preocupada) ¡Menuda prueba!
Miguel: Pero no te
preocupes, se le pasará cuando nazca su hijo. Ahora tenemos que preparar un
censo...
Oriente: ¿Un qué?
Ángel 1: Un censo, un
recuento.
Rafael: (Cansado) Hemos visto a un tal César en
Roma y a Quirino, el gobernador de Siria... Estos papeleos son capaces de
agotar a un Arcángel.
Oriente: Así que vosotros
también os quejáis de vez en cuando...
Gabriel: Ni pensarlo. Lo
que pasa es que nos gusta hablar.
Miguel: Por eso Dios nos
manda mensajeros a todas partes. Además tenemos un secreto estupendo...
Oriente: ¿Un secreto de
los que no se pueden contar?
Ángel 1: ¡Al contrario!
Gabriel: Es tan secreto,
tan secreto, que no tenemos más remedio que decírselo a todo el mundo; eso sí,
en voz muy baja para que no se enteren los de al lado y así poder contarlo otra
vez.
Oriente: ¿Y a quién se lo
contáis?
Miguel: A todo el mundo:
A los ángeles, a los hombres, a las estrellas, a los borricos, a los pájaros...
(Oriente sonríe y los ángeles le envuelven
con sus alas para contarle su visita de parte de Dios a la Virgen , pero muy bajito, de
forma que no le oigan las estrellas vecinas):
Ángel 2: Hemos visitado
también a la Reina
de los Ángeles y de los luceros...
Oriente: (Impaciente) ¿Y qué mensaje tenéis para
esta estrella?
Rafael: Aunque por ahora
no parezcas una estrella importante, porque no tienes planetas ni lunas, Dios
ha pensado en ti desde toda la eternidad.
Ángel 2: Alégrate,
Oriente.
Gabriel: Dentro de poco
te mirarán los ojos de la Reina ,
detendrás tu vuelo encima de Belén y detrás de ti caminará una caravana de
Magos.
Oriente: (Ilusionada) ¿Y el Niño? ¿Me mirará el
Niño?
Ángel 1: ¿Por qué lo
preguntas?...
Ángel 2: Los niños recién
nacidos tienen los ojos cerrados.
Rafael: Sólo se atreven
a mirar a sus madres. Pero Jesús..., no sé.
Miguel: Quizá podamos
conseguirte algo...
Oriente: ¡Qué maravilla!
Me voy volando al Portal, quiero ocupar mi lugar cuanto antes.
(Oriente se coloca encima
del Portal. Los ángeles se acercan a los pastores, quienes se despiertan
sobresaltados por el resplandor)
Marta: ¡Sara,
despierta, despierta!
Matías: Pero ¿a qué
viene tanto alboroto?
Sara: (Señalando al Ángel) ¡¡¡Mira!!!
Zabulón: (A Matías) Papá, tengo miedo, tengo
mucho miedo...
Sara: Lo mejor es que
corramos a casa cuanto antes.
Ángel 2: No temáis.
Gabriel: Mirad que os
anunciamos una gran alegría, que lo será para todo el pueblo.
Rafael: Hoy os ha nacido
un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David.
Miguel: Y esto os
servirá de señal: Encontraréis a un Niño envuelto en pañales y reclinado en un
pesebre.
Ángel 2: Id a Belén.
Ángel 1: Una gran
estrella os guiará hasta el Portal.
(Se alejan hasta que
desaparecen).
Sara: ¡Qué maravilla!
Matías: ¡Vamos a Belén!
Marta: ¡Eso, así
podremos comprobar lo que nos acaban de contar los ángeles!
Matías: (A Zabulón) Ven Zabulón, vamos a buscar
al Salvador.
Zabulón: Un momento, pero
¿qué nos han dicho? ¿Habéis entendido esas palabras tan difíciles?
(Salen por la izquierda
hacia Belén Marta, Sara, Matías y Pablo. Zabulón se queda solo)
Zabulón: ¡Esperadme, que
voy con vosotros!
(Cuando Zabulón se está
yendo vuelven a aparecer los ángeles)
Miguel: Zabulón, ven, no
tengas miedo. Somos los ángeles que venimos de parte de Yavé. ¿Quieres que te
expliquemos por qué estamos tan contentos?
Ángel 1: Dios nos ha
mandado que anunciemos el nacimiento del Mesías a los hombres de buena
voluntad. Rafael: ¿A que parece
sencillo? También nosotros pensamos eso al principio. Pero cuando nos reunimos
para hacer la lista, la cosa empezó a complicarse. Tres veces tuvimos que
dirigirnos a Yavé para preguntarle qué significaba exactamente “buena
voluntad”...
Zabulón: ¿Y qué
significa?
Gabriel: Mira, Zabulón,
tú te has fijado muchas veces en los pájaros, ¿verdad?
Zabulón: Sí, y mi padre
me ha enseñado a distinguir los buenos de los malos. Hay unos que se beben la leche
de las cabras...
Gabriel: Y sabes también
que algunos vuelan siempre a ras del suelo, picoteando por todas partes, como
los gorriones; otros se meten en los basureros o en los establos; algunos sólo
están a gusto en lo alto de los árboles más chicos o en los tejados de las
casas; pero hay también aves de altura, como las grandes águilas, que se elevan
al cielo sin esfuerzo, llenas de majestad.
Ángel 1: A los hombres
les pasa algo parecido. Dios les ha creado para que vuelen muy alto...
Zabulón: Entonces,
¿podemos volar?
Rafael: ¡Claro! ¿No
vuela la fantasía, la imaginación, el corazón, el deseo, la memoria...? El alma
vuela, ¿me entiendes?
Zabulón: Creo que sí, un
poquito.
Rafael: Y, sin embargo,
algunos se empeñan en revolotear entre los estercoleros o en las charcas más
repugnantes. Otros utilizan sus alas, no para lograr una meta, sino para
exhibirse en vuelos acrobáticos. Y son pocos los que quieren de verdad alcanzar
al que está en lo más alto...
Zabulón: ¿A Dios?
Gabriel: A Dios, sí...
Muy bien Zabulón, lo has entendido, ésos son los que tienen buena voluntad, los
que alcanzan la sabiduría.
Zabulón: Pues entonces yo
no soy como ellos. ¿Cómo podría ser sabio un tonto?
Ángel 1: Te equivocas,
Zabulón.
Rafael: Tú lo eres,
porque siempre has tenido tu corazón con Yavé, y has soñado con conocerle y
amarle. No te importe que tu ingenio sea pequeño, con tal de que alcance la Verdad. Además Dios
ha elegido a los necios para confundir a los sabios. Las aves que vuelan más
alto no son las que más aletean, sino las que se dejan llevar por el viento
desplegando sus alas sin tener miedo.
Zabulón: ¿Y yo puedo ir a
ver al Mesías, aunque sólo sea de lejos?
Miguel: Por supuesto,
ven con nosotros, te llevaremos junto a Él. Además estoy seguro de que te está
esperando y le encantará escucharte.
(Se dirigen hacia el
Portal, al llegar Zabulón se sienta a los pies del Niño y habla con Él. Los
ángeles se quedan de pie a la izquierda observando la escena)
Zabulón: Jesús, me llamo
Zabulón, tengo doce años y soy pastor como mi padre. El ángel que me ha
acompañado hasta aquí me ha dicho que lo sabes todo porque eres el Mesías y el
Hijo de Dios; pero si me dejas prefiero contarte cosas aunque ya las sepas,
porque se está tan bien a tu lado...
Mi madre, Juana, murió cuando
me tuvo a mí, y por eso dice mi padre (que se llama Matías, no sé si te lo he
dicho ya) que tengo que quererle más que a nadie en el mundo; pero yo le quiero
más a él porque está todo el día a mi lado y me enseña muchas cosas. He
aprendido a distinguir algunos pájaros, estrellas... (Mirando a Oriente) Me he dado cuenta de que ha aparecido una nueva
muy grande justo encima de donde tú estás.
Como ves, Jesús, yo soy un poco tonto... No digas
que no, se nota enseguida. Todo el mundo lo sabe. Hay gente que me mira raro y
me desprecia, como si yo tuviera la culpa. Yo querría decirles que no soy tonto
adrede, que nací así por voluntad de Yavé, y tampoco es tan malo. Sirve, por
ejemplo, para hacer reír a los niños. ¡Si supieras lo bien que lo pasamos cuando
yo finjo que soy todavía más tonto para que se rían más! ¿Ves? Ya he dicho otra
tontería: “Si supieras”, el Ángel me ha explicado hace un rato que Tú lo sabes
todo, y ya se me había olvidado...
¿Te gusta este perro? Pues es mío (bueno, de mi
padre). Se llama Peque y es mi mejor amigo, porque no se ríe de mí. ¿Te digo
una cosa? Nunca había sido capaz de pensar tanto rato seguido sin cansarme,
pero no me hago ilusiones: Sé que esto me pasa sólo porque estoy contigo. Es
curioso, con el Ángel me ha pasado lo mismo: Cuando se nos apareció mientras
dormíamos con las ovejas, yo no me enteré de nada. Dijo palabras tan difíciles
que ni siquiera mi padre y los demás comprendieron gran cosa. Imagínate yo, que
soy medio bobo... Pero, como el Ángel lo sabía, después de hablar con los demás
pastores se me acercó y se puso a charlar conmigo a solas, igual que nosotros
ahora, sin que nadie nos viera...
Ángeles: Gloria a Dios en
el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
SEGUNDA ESCENA
(A
la derecha el Portal, dentro María con Jesús en sus brazos y José haciendo una
cuna con madera. Oriente sigue encima del Portal. A la izquierda Zabulón juega
con Peque, su perrito. Por el mismo lado aparece Salomé con un cesto de ropa
que va a lavar al río. Al oír el llanto de Jesús entra en el Portal)
Salomé: ¿Pero qué estás
haciendo aquí, criatura? ¡Quién te habrá enseñado a ti a poner pañales a un
niño! A ver, déjamelo, que a la legua se ve que eres primeriza.
María: Ya lo he hecho
otras veces: En Nazaret he cuidado a muchos recién nacidos. Y hasta he sido
comadrona cuando mi prima Isabel tuvo a su hijo. Claro, que con Jesús no es lo
mismo...
Salomé: Así que se llama
Jesús... Pues es precioso. ¿Ya te habías dado cuenta, verdad? Claro, tú qué vas
a decir... Pero yo llevo muchos años en este oficio y nunca había visto una
criatura tan bonita... Bueno, vamos a lo nuestro: ¿Cuántos pañales has traído?
María: Sólo cuatro. El
viaje fue tan precipitado...
Salomé: ¡Cuatro...! ¿Qué
harías tú si no estuviese yo aquí...? Hala, toma al niño un ratito, que me voy
al río a lavar estos dos que están sucios. Y da gracias a Yavé de que haya
salido el sol, porque si no, a ver cómo los secábamos... Ya verás lo poco que
tarda tu hijo en manchar los que lleva puestos...
(Salomé sale hacia la
izquierda y se encuentra con Zabulón que sigue jugando con el perro)
Zabulón: Hola, Salomé,
¿has visto a la Madre
del Mesías?
Salomé: ¿A quién?
Zabulón: A la Madre de Jesús, del
Salvador, del Hijo de Dios.
Salomé: Oye, Zabulón,
¿sabes lo que estás diciendo? Te lo digo porque tú siempre has sido un poco...
Zabulón: ... un poco
tonto, ya lo sé. Pero ahora no me importa. ¿Te cuento lo que me ha dicho el
Ángel?
(Salen por la izquierda
mientras Zabulón le cuenta lo que le ha dicho el Ángel. Después entran también
por la izquierda Marta, Sara, Matías y Pablo camino del Portal)
Sara: ¡Mirad, ahí está
la estrella de la que nos han hablado los ángeles!
Matías: ¿Dónde está
Zabulón?
Pablo: Se habrá
entretenido por el camino, ahora vendrá.
Marta: A lo mejor se ha
quedado durmiendo.
Sara:
(Quejándose) Sí, porque llevamos toda la noche
andando...
Matías: Pues yo creo que
nosotros nos hemos equivocado de camino y por eso hemos tardado tanto. Quizá él
haya llegado antes.
Marta: Dejados de
quejas, lo importante es que ya hemos llegado.
(Entran en el Portal)
Marta: Aquí está el
Salvador: “Un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”.
Sara: (A Matías) Pero
¿qué vamos a ofrecerle?
Matías: (A la Virgen ) Con las prisas no
hemos pasado por nuestras casas y no os hemos podido traer ningún regalillo...
María: No os
preocupéis.
Matías: Ahora iremos a
buscar algo, ¿qué necesitáis?
María: Por ahora nada,
ya ha venido Salomé y se ha ofrecido a lavar los pañales del Niño, que era lo
más urgente.
Marta: (Acercándose a
Jesús y haciéndole gracias) ¡Qué bonito es el Niño!
José: Pensándolo bien,
me gustaría que me trajerais unas maderas para hacerle una cuna como se merece.
Matías: Ahora mismo
(Sale corriendo y vuelve con unos palos que entrega a José) Toma, aquí tienes.
¿Necesitas ayuda, José?
José: No, muchas
gracias.
Marta: ¿Qué os parece
si le cantamos una canción a este Niño tan hermoso?
Sara: ¡Buena idea,
Marta!
Marta, Sara y Matías: Alegría, alegría, alegría,
alegría, alegría y placer,
que esta noche nace el Niño en el Portal de Belén.
(Salen los pastores. Entra
Salomé por la izquierda y se dirige al río llorosa. Lava con muchísima
delicadeza los pañales, hasta los besa. Luego entra Zabulón y se queda
mirándole)
Zabulón: Salomé, ¿pero
qué estás haciendo?
Salomé: Nada, Zabulón,
métete en tus cosas...
Zabulón: ¡Estabas besando
los pañales, te he visto!
Salomé: ¿Besando...? ¡No
te fastidia el tontito éste, como te coja te vas a enterar de lo que es bueno!
(Zabulón se va corriendo
por la derecha. Salomé termina de lavar los pañales y se dirige al Portal)
Salomé: ¡Ay, señora
María, qué vergüenza! ¿Cómo iba yo a saber que eras la Madre del Mesías?... Y el
Niño..., tan normalito, tan dormido... ¡Qué horror! Lo que habrás pensado de
mí. Además, ¡eres tan joven!: Una chiquilla, reconócelo; y claro, aunque una
está acostumbrada a tratar con gente de categoría (ni te cuento los que pasan
por la posada en la que trabajo), no es igual; porque ellos se dan importancia,
y van estirados, casi ni te miran. Sin embargo tú... Por eso, cuando Zabulón
(que hay que ver ese chico, hasta se le ha puesto cara de listo) me ha contado
que tú..., ya sabes. Pues no sé si tengo que llamarte Majestad, ni cómo decir
lo que quiero decirte... Bueno, pues que estos son los pañales, y si quieres te
los lavo otra vez, o hago lo que mandes; pero de aquí no me voy. Ya está.
(Rompe a llorar)
María: No llores
Salomé, no te preocupes... Muchas gracias por tu ayuda...
José: Mira, Salomé,
aquí estoy fabricando una cuna para Jesús con unas maderas que me ha traído un
pastor. ¿Qué te parece?
Salomé: Buenísima idea,
señor José. (Pensativa) El caso es que ya notaba yo algo. Se veía enseguida que
erais un matrimonio distinguido. (A José) Tú, tan alto, tan formal, tan señor a
pesar de ser tan joven... Porque tú, ¿qué tienes, veinte? No, no me lo digas.
(A María) Y tú, María..., por aquí no las hay así tan preciosas como tú. Es que
miras con una carita... (A José) ¿Te has fijado, señor José?
María: ¡Salomé, que me
pongo colorada!
José: Bueno, pues así
ya somos dos, porque yo debo estar como un tomate.
Salomé: Ahora tenéis que
dormir un poco, el día ha sido muy cansado. María, déjame al Niño, así
descansas, que estás delicada. Yo le cuidaré mientras vosotros dormís.
(María le da al Niño y
José y Ella se sientan y duermen)
Oriente: ¡Miguel,
Gabriel, Rafael...!
(Los ángeles aparecen por
la izquierda)
Ángel
2:
¡Sssshh...! No hables tan alto, Oriente, que vas a despertar al Niño.
Oriente: ¿Lo dices en
serio? ¿Cómo voy a despertar a Jesús a tanta distancia? Ya les gustaría allí
abajo poder oír cómo charlamos las estrellas.
Miguel: Bueno, ¿qué
quieres?
Oriente: Que me contéis
lo que está pasando...
Ángel
1:
Por ahora Salomé ha despertado al Niño, y yo creo que lo ha hecho adrede.
Oriente: Ya, ¿pero por
qué está aquí?
Ángel
2:
Ella es muy importante en el Belén.
Rafael: Ha lavado los
pañales del Mesías y ahora es su Ángel Custodio.
Oriente: ¿La lavandera?
Gabriel: Sí. No sé por
qué te sorprendes. Ya te dijimos que Yavé ha querido poner un ángel a cada
hombre. Y Jesús no podía ser menos...
Oriente: Pero Salomé no
es ningún ángel...
Rafael: Eso es lo que
dicen los hombres para disculparse cuando se portan mal: Que no son ángeles. Y
es verdad, no lo son; son un poco más pequeños o un poco más grandes, depende
del punto de vista.
Oriente: No lo entiendo.
Rafael: Desde luego
nosotros somos superiores en lo que ellos más valoran: En inteligencia, en
poder..., ya sabes. Pero Dios nunca se ha hecho ángel; y sin embargo, ha
inventado este Belén para convertirse en niño por amor a los hombres... Dime,
Oriente, ¿a quién crees que ama más Yavé: A los hombres o a los ángeles?
(Oriente pone cara pensativa
y no contesta)
Gabriel: Pero hablábamos
de Salomé, ¿verdad? Te decíamos que es el ángel de Jesús. ¿Crees que era una
broma? Fíjate: Ahora tiene en los brazos al Niño y ha empezado a charlar con
Él.
Oriente: ¿Y qué se dicen?
Ángel
1:
¡Ni se te ocurra preguntarlo, Oriente!
Rafael: Ni siquiera lo
ángeles tenemos derecho a escuchar determinadas cosas... Además hablan en una
lengua misteriosa que sólo conocen las madres, los recién nacidos y las
niñeras...
Oriente: ¿Y vosotros, que
sois tan listos?
Miguel: Te aseguro que
algunas veces, hasta los Arcángeles nos sentimos un poco tontos.
Oriente: Oyendo lo que
decís cualquiera pensaría que la lavandera es el personaje más importante del
Belén.
Ángel
1:
Después de Jesús, de María y de José, desde luego...
Gabriel: Fíjate, Oriente:
Echa una ojeada al resto de este mundo que Dios ha elegido para nacer. Verás
millones de personas; y, dentro de nada, en unos cuantos siglos, habrá miles de
millones.
Rafael: Unos trabajarán
la tierra; otros arrancarán la energía que Dios encerró en la materia; algunos
intentarán imitar al mismo Creador, tratando de sacar universos nuevos de sus
pinceles, de sus manos o de sus plumas... Verás sobre todo comerciantes:
Montañas de gente que venden y compran cualquier cosa real o imaginaria (casas,
mares, derechos, tiempo, números...)
Gabriel: Ellos mismos
sospecharán que están locos, pero seguirán enganchados a su locura. Y fíjate
especialmente en los que gobiernan: Reyes, tribunos, presidentes... Enseguida
se les pondrá la voz campanuda y creerán sinceramente que el mundo gira a su
alrededor...
(Oriente está confusa)
Miguel: Mira ahora a
Salomé... ¿Quién crees que es más importante?
Oriente: No sé..., yo...
Miguel: Te lo explicaré
de otra manera. Tú sabes que en el Cielo hay miríadas de ángeles...
Oriente: ¿Miríadas?
Gabriel: Quiere decir que
somos incontables.
Miguel: Y sólo unos
pocos miles de millones tienen el oficio de Custodios. Los demás se dedican a
trabajos aparentemente más elevados.
Gabriel: Sin embargo, no
hay tarea que atraiga tanto a los ángeles como la de servir a otra criatura
entregándose a ella por amor a Yavé. Allí arriba todos suspiran por tener un
hombre a quien guardar.
Ángel
1:
Y no pienses que es fácil.
Rafael: También los
ángeles tienen que lavar pañales y pasar las noches en vela, y correr el riesgo
de que tu ahijado te ignore durante toda su vida.
Gabriel: Pero vale la
pena crecer con él, acompañarle siempre, sugerirle mil ideas al oído con la
esperanza de que alguna vez te escuche.
Rafael: Y ser siempre su
servidor, casi su esclavo, hasta llevarle al Cielo.
Miguel: Esto, querida
Oriente, me temo que en la tierra no lo entenderían, aquí servir parece
humillante, los hombres prefieren tener y mandar. ¿Cuántos crees que
encontraríamos dispuestos a ejercer el oficio de ángeles de la guarda?
Oriente: Salomé y ¿...?
Gabriel: Sí, Salomé lo ha
entendido. Ha elegido la mejor parte y pido a Yavé que nadie venga a relevarle.
(Oriente y los ángeles se
quedan mirando a Salomé, que sigue hablando con Jesús)
Salomé: ¡Qué gracioso
estás, hijo mío, tan dormidito! Perdona que te llame así, pero se me hace raro
tratarte de Majestad. Y más, después de ver cómo ensucias los pañales,
verdaderamente no tienes consideración con tu Madre. (Mirando a María) La pobre, fíjate lo cansada
que está, y lo bien que duerme... Mañana mismo me pongo de acuerdo con ella y
con tu padre, a ver si me puedo quedar. No le pediré mucho, sólo con librar dos
tardes me conformo, y... ¡Vaya!, ahora abres los ojos. No se te ocurrirá llorar
¿eh? No te preocupes, mi Niño, que yo no me separo de Ti. Así que ahora te
ríes, ¿se puede saber qué es lo que te hace tanta gracia? ¡Dios mío, qué les
daré yo a los niños, que todos acaban por reírse en cuanto me miran a la cara!
TERCERA
ESCENA
(Pastores y pastoras
duermen al aire libre con sus ovejas. Zabulón se despierta asustado)
Zabulón: ¡Miguel,...
ángeles!
Ángel
2:
¿Nos llamabas, Zabulón?
Zabulón: Acabo de tener
una pesadilla, estoy muy asustado, ha sido horrible...
Ángel
1:
Bueno, tú tranquilo, es tarde y debes volver a dormir.
Zabulón: Un momento...
Ángel
2:
Di, Zabulón.
Zabulón: Cuando era
chico, antes de dormir, mi padre solía contarme un cuento...
Rafael: ¿No querrás que
le despertemos a él también?
Zabulón: No hace falta,
seguro que tú sabes historias mucho más interesantes que me ayudarán a no tener
pesadillas.
Miguel: (Entre ellos)
Jamás habría imaginado que entre las obligacionesde un Ángel Custodio estuviese
la de contar cuentos.
Ángel: Claro, que
tratándose de la Navidad...
Miguel: ¿Y de qué
quieres que te hablemos?
Zabulón: ¿Por qué no me
contáis un sueño de Yavé?
Gabriel: De acuerdo,
Zabulón, pero con una condición.
Zabulón: ¿Cuál?
Gabriel: Que, a partir de
ahora, no se te ocurra volver a decir que eres tonto... Anda, cierra los ojos y
escucha:
“Hace muchos
siglos, antes de que existiera el universo, Yavé pensó crear la más hermosa de
todas sus obras: Soñó con su Madre. En un tiempo remotísimo fue formada, antes
de comenzar la tierra. Pensando en sus ojos creó el mar; imaginando su sonrisa
llenó las flores de pétalos; añorando sus caricias nacieron las blancas
palomas. Y en cada mujer, desde el comienzo del mundo hasta hoy, puso algo de
María. ¡Lástima que algunas lo destruyan! Desde entonces ¿sabes cómo llamábamos
a María en el Cielo?: El sueño de Yavé. Hasta que un día nació la Virgen y Dios nos dijo su
nombre: Llena de Gracia. Así le saludé yo hace nueve meses en su casa de
Nazaret...”
(Ven que Zabulón duerme y,
con cuidado para no despertarle, salen. Joaquín, el posadero, entra y se dirige
al Portal. Se coloca a un lado observando al Niño)
Joaquín: He venido a
verte, Jesús, porque me ha dicho Salomé (ya le conoces, es mi empleada de la
hospedería) que puedo hablar contigo a solas, en voz baja o incluso sin
palabras, porque Tú me escuchas siempre. Ella dice que eres el Hijo de Dios y
el Rey de Israel, y yo le creo. Mi nombre es Joaquín y trabajo en la hostelería
desde pequeño. Estoy casado con Susana y tenemos tres hijas y cuatro hijos
varones...
Mira, Jesús, esta
tarde he hablado con tu Padre porque quería darle explicaciones por lo que
ocurrió la otra noche. Nos hemos hecho amigos enseguida y se ha reído mucho con
mis torpes disculpas. Resulta que el otro día tus padres llamaron a la puerta
de mi posada. Lo primero que me llamó la atención fue tu Madre: Tú sabes que
los hijos siempre nos engañamos pensando que nuestra madre es la mujer más
hermosa del mundo, por eso una madre es más bella cuando tiene muchos hijos:
Porque son muchas las miradas que le embellecen. Sin embargo tú, cuando veas a
tu Madre y le compares con lo más bonito del mundo, no te engañarás. Tus
piropos nunca serán exageraciones, te lo digo yo. Y no lograrás hacerle más
hermosa por mucho que le contemples. Te cuento esto para que entiendas que la otra
noche yo habría dado a tus padres toda mi posada si hubiera sido posible.
Todavía me pregunto si debería haber echado a todos los huéspedes... Cuando ya
iban a marcharse ofrecí María que se quedara con mi esposa en nuestra pequeña
habitación, y José y yo vendríamos a este establo a pasar la noche. A tu Madre
se le iluminó la cara y dio gracias al Señor cuando dije lo del establo; le
dijo a tu Padre que aquí estarían muy bien, así Tú nacerías en un lugar
apartado, sin ruidos ni molestias.
¿Sabes lo que he
pensado desde el otro día?: Me he dado cuenta de que mi alma se parece a mi
posada: Está siempre llena de huéspedes que con su ruido acallan la angustia
que de tarde en tarde me encoge el ánimo. Hasta que llegaste Tú: Sólo me
pediste un rincón y te he mandado al establo. ¿Qué debo hacer? Desde que
pasaste por mi casa he perdido la tranquilidad. Por eso he venido ahora, al
terminar el trabajo, no me importa que sea de noche, necesitaba hablar contigo.
Lo único que se me ocurre que puedo ofrecerte es mi corazón, aquí te lo traigo,
Jesús. Ya sabes que no puedo echar a nadie de la posada porque es un
establecimiento público; pero si dentro de mi alma encuentras algún
huésped indeseable, puedes echarle
tranquilamente, así Tú estarás más cómodo.
Y volviendo al
tema de la hospedería, Salomé, mi empleada, me ha dicho que quiere ocuparse de
Ti y de tus padres mientras estéis en Belén. Le hemos dado permiso para faltar
al trabajo cuando lo crea necesario. Ella os traerá todo lo que necesitéis...
(Los ángeles cantan un
villancico. Con la música los pastores se despiertan y se acercan al Portal,
arrodillándose entorno al pesebre. También entra Salomé. Zabulón se sienta al
lado del Niño y le coge la mano con cariño. Todos se unen al canto de los
ángeles):
A Belén pastores, a Belén chiquillos,
Que ha
nacido el Rey de los angelillos.
Fin
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