Autor del cuento: Hans Christian Andersen
Adaptación teatral: José Luis
Marqués Lledó
Escena I
Sale al escenario el narrador o
narradora, parece que lee un libro o un periódico y está entusiasmado con la
lectura. Muestra un rostro lleno de felicidad. De repente, levanta la cabeza y
mostrando una cierta sorpresa, se encuentra con el público. Le ilumina
solamente un foco o cañón de luz; el resto del escenario debe permanecer en
penumbra. En esa penumbra estarán los personajes que ambientan le primera
escena, sin moverse, como paralizados.
Narrador: Hombre, ¿Están ustedes aquí? Pues me alegro mucho, Ante todo, ¡FELICES NAVIDADES!. Venía
observando, en este periódico, los
anuncios navideños, y me alegro
mucho por haberles encontrado, pues nadie mejor que
ustedes, para comentarlos.
Pasado mañana (Se contarán los días que faltan) se
celebra en el Mundo, primero la
Nochebuena y después la Navidad. Pero , según
lo que observamos, cabría preguntarse: - ¿qué es la Navidad ?- Es la celebración del nacimiento del niño
Jesús, me dirán ustedes. Algo así como su cumpleaños. Sí claro, pero ¿y qué
más? - Hombre, pues la alegría de que Jesús ha nacido. Bueno, eso viene a ser
lo mismo. En definitiva, la gente habla
del espíritu navideño en estas fechas ¡Qué bien nos queda esa palabra! ¿Y eso
qué significa? Me pregunto yo. A lo
mejor ustedes tienen la respuesta.
¿Tal vez amor, paz,
fraternidad? ¿Es eso … Pero yo sigo viendo a mi alrededor: guerras, hambre, miseria,
enfermedades, catástrofes, sufrimiento, rencores, envidias, crímenes…¿Dónde
está entonces el espíritu de la
Navidad ?
Y además, aunque ese día
fuéramos muy felices. ¿Ustedes creen, que en el supuesto caso de que Jesús
hubiese venido al Mundo a traernos la felicidad, se conformaría con traérnosla,
solamente para un día? ¿El veinticuatro de Diciembre? No, yo creo que no. Algo
falla aquí, y yo quiero que todos vosotros reflexionéis conmigo sobre este
asunto tan serio. ¡No!, no os preocupéis, no os voy a preguntar por vuestras
conclusiones; esas quedan para vosotros.
Mirad, en el siglo XIX, un
gran escritor de cuentos: Hans Cristian Andersen que nació en la ciudad de Odense, en
Dinamarca, un 2 de abril de 1805
, ya tuvo una visión, bastante realista de lo que era al principio la Navidad y en lo que se
había convertido en sus días. Su profunda reflexión, le llevó a escribir un hermoso cuento que
muchos conoceréis: “La vendedora de
cerillas”, también conocida posteriormente como: La cerillera”. Pero podía
haberse llamado:”El mendigo que nunca conocí” o “Mi vecino es muy pobre” o “El
país de los necesitados”, por ejemplo.
En este cuento, se analiza en
profundidad “El espíritu de la
Navidad ” y el “Egoísmo humano”. Así que, mis queridos amigos,
niños y niñas, padres, madres, abuelitas o abuelitos, profesoras y profesores y
cualquier persona que esté ahora mismo sentada aquí y contemple el cuento, va a
presenciar uno de las más hermosas historias que jamás se hayan escrito, pero además, debéis saber, que este cuento, nunca se escribió con la
intención de distraernos, divertirnos o hacernos pasar un buen rato, no, se escribió para, hacernos pensar. La
conclusión que saquéis cada uno de vosotros, será sólo vuestra. Y también será
solo vuestra, la reacción que provoque
en vuestros corazones.
(Se oscurece el escenario y desaparece el narrador. Música de fondo)
(Se enciende el escenario de nuevo, y los personajes cobran vida. Se
debe oír un villancico de fondo. Los personajes deben ir cargados de regalos y
deambular de un lado del escenario a otro. En medio una niña con aspecto
harapiento, está intentando vender cajas de fósforos o bengalas)
Señora con niña: ¿Qué te ha dicho Papá Noel? ¡Bah! Lo que me dice todos los años. Qué si
he sido buena, que si he sacado buenas notas, Qué que me he pedido. Ya me lo sé
de memoria, no entiendo como me sigues trayendo aquí todas las Navidades,
“mamuchi”.
Niña:
¡Qué sucia y harapienta vas! No sé como sales así a la calle en un día como
hoy. ¡Afeas la Navidad !
Señora: Lo siento niña, ya hemos gastado mucho en regalos y no vamos a gastar
más en… ¡bengalitas!
Señora: No, niña, ya te he dicho que no, no seas pesada. (Madre e hija siguen caminando y desaparecen
del escenario)
Un caballero: Feliz Navidad, señor, tengo unos fósforos que proporcionan la
felicidad a quien los enciende y se ven cumplidos sus deseos. ¿Quiere comprarme
alguno, señor?
Un caballero: ¡Bah! Paparruchas, nunca creas esas tonterías, niña, ni se las hagas
creer a los demás. Eso son cuentos de hadas.
Un caballero: Lo siento criatura, pero yo no voy a comprar algo inservible; en la
vida hay que ir a lo práctico. Yo sólo compro lo que necesito. No vivo de
ilusiones vanas. (Agachándose y
poniéndose a su altura). - ¿Sabes lo que sería muy práctico para ti en el
día de hoy, querida? Recoger tus cerillas y regresar a tu casa; allí al menos
estarás calentita.
Un caballero: En tal caso, lo siento, pequeña, debo irme, a mí sí me espera en casa, mi familia con una suculenta cena en la mesa.
No tengo tiempo que perder. Lo siento.
(Un grupo de mozalbetes, rodean a la cerillera, y entre empujones y
risas la tiran al suelo y le cantan esta
canción)
A esta calle hemos llegado
Todos juntos y en tranvía,
Y nos hemos encontrado
A esta niña sucia y fría.
Ande, ande, ande,...
Mendigo: (Se acerca a la niña) -
¿Qué vendes?
Mendigo: ¡Pobre niña! Yo hoy he recaudado 8 chelines, no está nada mal para
desafinar tanto, con mi vieja guitarra.
Pero con lo que he sacado, ya tengo suficiente: Me he comprado un pan relleno
de bonito y dos peras de agua. Me sobran aún… (Metiéndose las manos en el bolsillo y sacando unas monedas), 6 peniques, así que puedo comprarte 6
cerillas de la suerte. ¡Venga, aquí tienes a tu primer cliente! Y ahora, te vas a casa con tus 6 peniques, y
le dices a tu padre que no has podido vender más o que se te ha perdido el resto
y si no, que venga él.
Mendigo: ¡Qué va! Eso son los ricos, que por mucho que tengan, siempre
necesitan más. Si tienen un coche, necesitan uno mejor y si ya tienen uno
mejor, desean otro mucho mejor y como no tienen límite, nunca son felices.
Viven de las apariencias, pero nosotros no, pequeña. Nosotros somos felices con
vivir un día más y somos felices con lo necesario: un plato de comida y una
casa que nos cobije, ¡ese es nuestro tesoro!
Así que toma los seis peniques,
que a mí me sobran, pero me tienes que dar seis cerillas, un trato es un
trato.
Mendigo: Y tú también, querida, y tú también. Por favor vete para casa, ya
casi no hay nadie por la calle y te vas a congelar. Hazme caso. Tu padre lo
comprenderá.
Mendigo: Bueno, como quieras, ya no te insistiré más. Feliz Navidad, pequeña.
Narrador: (Voz en off) La cerillera, se fue quedando sola, sola por completo,
le ofrecía sus cerillas a algunos de los pocos transeúntes que pasaban, pero
ellos rechazaban una y otra vez la oferta, hasta que ya dejó de pasar gente por
la calle. Fue entonces cuando la chiquilla,
se recostó sobre el quicio de un portal,
sentada en una escalinata y se
intentó cubrir con su raída toquilla para resguardarse del intenso frío.
(Se va apagando el escenario poco a poco, hasta quedar a oscuras. Se
echan cortinas)
Como sugerencia, se podrían representar las escenas siguientes,
proyectándolas con diapositivas, mientras la cerillera ocupa un rincón del
escenario, bien con una bengala o con una linterna de tubo.
Si no tenemos proyector se tiene preparada una mesa con platos, un
árbol navideño y un fondo con papel continuo blanco. Cada cosa para una escena.
La estufa, se puede hacer con una caja grande pintada imitando ladrillos y
dentro papel celofán rojo y amarillo.
Escena II
(Se abren cortinas y se
enciende un foco que alumbra a la cerillera)
El padre: Queridos, feliz Navidad. Ya podemos comenzar. ¡Águeda, comience a
servir ya la cena! Todo tiene muy buena
pinta, ¿verdad niños?
Niño:
(Poniendo voz de niño mimado) A mi
no me gusta el pavo, ni el cordero, ni
el pescado, ya lo sabes. Yo sólo quiero pasteles, turrón, y polvorones.
El Padre: Ernesto, tienes que comer de todo. No únicamente los dulces.
Niño:
(Comenzando una pataleta) No, no y
no, he dicho que no quiero.
Niña:
Pues yo tampoco; todo eso engorda mucho y luego mis amigas me dicen que estoy
hecha una vaca.
Niño:
(Se ríe de su hermana, mientras ésta le
echa una mirada furibunda)
Madre: ¡Cuantos niños, en el Mundo, no tienen nada que comer y vosotros
despreciáis la comida que nos otorga nuestro Señor.
Niña:
¡Que pesada mami! Siempre estás con eso: ¡Que si otros niños no tienen nada!
¡Que si no comen! Pues que coman. ¡A mí que me cuentas! (Se levanta bruscamente, tirando la silla y desoyendo, las
recomendaciones de sus padres.)
El Padre: Estamos educando muy mal a estos niños; son muy caprichosos.
La madre: Yo ya no sé que hacer con Elizabet, tiene unos dieciséis años
inaguantables.
(Se apaga la cerilla)
Debo encender una nueva
cerilla, el frío es muy intenso. (Dicho
y hecho, la niña enciende una nueva cerilla) ¡Qué maravilla! Qué chimenea,
cuantos leños ardiendo al mismo tiempo. ¡Que calentito se debe estar ahí! - (Dentro se debe observar a la misma familia
anterior) - Voy a arrimar mis manitas a la ventana, a lo mejor me llega algo de calor.
(Al intentar arrimar las manitas, se le cae el fósforo y se le apaga
quedándose a oscuras, encontrándose de nuevo ante la fría e inhóspita calle.)
(Temblándole la voz) - Tengo que encender un nuevo fósforo y ver si
me puedo calentar en esa maravillosa estufa. «¡Ritch!» (Se ilumina una nueva estancia)
¡Oh! Qué árbol de Navidad! Es
como los que aparecen en los escaparates de los grandes almacenes. ¡Cuantas
luces! Todo lleno de colgantes brillantes, estrellas, figuras navideñas y bajo
él… ¡Cuántos regalos! (La misma familia)
La madre: Comencemos a abrir los regalos, niños.
Niño:
Yo primero, que para eso he llegado antes.
Niña:
¡De eso nada, yo primera, que soy la
mayor!
Niño:
¡de eso nada, lista! Tú siempre quieres ser la primera en todo. ¡Egoísta!
Niña;
¡Egoísta tú. Niño mimado, que eres el mimado de la familia.
Niño:
¡Papa! ¡Mamá! Mi hermana me está insultando.
El Padre: ¡Bueno, ya está bien! Un día como hoy y ¿también os vais a pelear? No
tenéis arreglo. Ahora los vamos a abrir primero, tu madre y yo.
La madre: Bueno, déjalos, querido, que ya se van a portar bien. ¡Venga
Ernestito, coge tu primer regalo.
Niña: ¡Claro! Él, el primero como
siempre. El niño, es el niño.
Niño:
Y la” repipi” de mi hermana, la segunda, ¡fastídiate!
Madre: ¡Ya está bien! ¡A qué cerramos la habitación y aquí no coge sus regalos
nadie! ¡Pues vaya unos niños más desobedientes!
(Siguen
discutiendo mímicamente)
¡No lo entiendo! ¡De veras que no lo entiendo!
- (Entre lágrimas) - Sólo el cariño
de esos padres, me harían sentirme enormemente feliz, aunque no tuviese
regalos. ¡Oh! Otra vez, se me apaga la cerilla. Cada vez duran menos. - (La cerillera se echa a llorar)
Voz en off del narrador: La cerillera se encontró de nuevo en la calle y como
único techo, el cielo estrellado
Encenderé el que queda o me
congelaré. « ¡Ritch!»., - La cerilla
ardió en todo su esplendor, y al hacerlo se iluminó una preciosa estancia
blanca con las paredes cubiertas de tules del mismo color.)
¡Qué espectáculo tan precioso!
Esto parece el Cielo, que luz más intensa, qué paz y serenidad. Aquí me siento
muy feliz. ¡Dios mío, déjame en este lugar. Aquí no se pasa frío; ya no me quedan más cerillas para calentarme
y no puedo volver a casa sin ellas. ¡Pero qué veo! Es mi abuelita, mi abuelita
querida. ¡Cuánto te he echado de menos, abuelita! ¡Qué sola me quedé cuando me
dejaste! ¿Por qué me dejaste, abuelita?
La abuela: No, nietecita, ya no volverás más a ese mundo, ese mundo ya no te
pertenece. Tú, residirás para siempre
junto a mí en este lugar, y serás muy feliz, ya lo verás. Me guiarás en
lo sucesivo, porque tú eres un Ángel, un Ángel muy grande.
La abuela: No, cariño, tú ya no volverás allí. Ellos sabrán arreglárselas
perfectamente sin ti. Tú ya les has servido bastante, ahora que se busquen a
otra. Pero si podrás ayudarles desde aquí, haciéndoles comprender la sinrazón
del egoísmo humano
La abuela: (Interrumpiéndola) - Mira
tus manos, ¿qué ves?
La cerillera: No tengo ningún fósforo en ellas, abuelita, y no ha desaparecido mi sueño y…Pero qué es
esto? ( Se apagan las luces del
escenario o se echan cortinas) Que maravilloso vestido blanco. ¿De donde ha
salido? Esto no puede estar ocurriendo, seguro que sigue siendo un sueño. Pero
si parezco un ángel. (Se dará un tiempo
con las luces apagadas, para que la niña pueda ponerse encima un vestido blanco)
La abuela: Eres un ángel. Te lo has merecido, tu bondad te ha elevado a la
categoría de Ángel. Sólo los seres como tú lo son. Por eso todos están en el
Cielo, en la Tierra ,
no hay ninguno. Recuerda, Jesús dijo: Mi Reino no es de este Mundo, y ese Mundo
del que hablaba Jesús, era la
Tierra , de la que tú vienes.
La abuela: Si querida, esto es el cielo. Aquí no hay hambre, ni dolor, ni frío,
ni muerte, Aquí sólo existe la felicidad. ¡Anda ven conmigo que yo te enseñaré
todas estas maravillas!
Narrador (Voz en off) La abuelita
cogió de la mano a la cerillera, a su nietecita querida, y se la llevó a
conocer la felicidad, después de las penurias pasadas.
Escena III
(Aparece la misma calle concurrida de la primera escena)
Dos señoras: Aquella niña parece dormida, se va a congelar. Vamos a despertarla para
que se vaya a su casa.
Una señoras: ¡Dios mío, está fría como el hielo! ¡Está muerta! ¡Esta niña está
muerta! ¡Socorro! ¡Socorro! Qué alguien nos ampare. Llamad a un médico.
La otra señora: No, no es necesario, está muerta. Hay que llamar a la policía para
que localice a su familia.
(Poco a poco la gente se va arremolinando)
Un señor: Juraría que esta niña, era la
que anoche nos vendía cerillas, y yo la
aconsejé que se fuera a su casa.
Señora con niña: (Tapándole los ojos a su hija).
Sí, esta niña estaba anoche por aquí. ¡Qué padres más desaprensivos!
Otra señora: ¡Qué barbaridad! Dejad a una niña sola en mitad de una noche como
ésta.
Otro señor: ¡Mirad! Pobre chiquilla, ha consumido todos sus fósforos para poderse
calentar. ¡Qué ingenuidad! Esta noche, han dicho que hemos estado a doce grados
bajo cero, ¡querer calentarse con unos pocos fósforos!
Mendigo: ¡Vergüenza! ¿No les da vergüenza? Anoche, esta niña estaba junto a
ustedes. Sí, ahí mismo, donde está usted.
La podían tocar con las manos y ni siquiera la vieron. Algunos de
ustedes no notaron su presencia, pero lejos de arrepentirse, culpan a otros
para descargar sus conciencias. Les vendía unos pocos fósforos, unas
cerillas, por un simple penique. ¿Qué es
para usted un penique, señor? - (El señor agacha su cabeza sin contestar)
- ¿Y para usted? ¿Cuánto ha gastado en regalos superfluos estas navidades
señora?- (Nadie contesta) - Ella sólo pedía un penique, un simple
penique, y no para regalos, ni para
juegos, como lo malgastan ustedes en caprichos innecesarios, sino para poder
regresar a su casa y poder comer una sopa caliente con su familia.
(Todos guardan silencio
avergonzados y bajan la cabeza; todos menos uno)
Joven: Más culpa tendrán sus padres. ¿No?
Mendigo: No, joven, más culpa no, la misma. Ellos por explotar a una niña en
su propio beneficio, y todos nosotros por ignorarla y no ayudarla. ¿Han pensado
cuántas personas necesitadas como ella,
pasan por nuestro lado, o nos
piden una pequeña limosna y las
ignoramos? Todo esto debe caer sobre
nuestras conciencias y hacernos reflexionar. La Cerillera ya no puede
vivir, pero desde el Cielo, se lo agradecerá. Háganlo por ella.
- (A
continuación el Mendigo, se va lentamente del escenario, siendo observado por
todos los demás a quien ha dejado con la boca abierta)
(Mientras tanto, dos enfermeros vestidos de blanco, cubren con una
sábana el cuerpo yacente de la pobre niña.
Después, lo levantan entre varios y lo retiran. A la vez se va apagando
el escenario, que va quedándose con
luces rojas o azules y todos los transeúntes, vuelven a quedar paralizados en
la escena)
FIN
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